Artículos de temática libre
Trabajo doméstico, de cuidado y para el mercado en las quintas hortícolas de General Pueyrredon. Jerarquías y segregación por género
Resumen: A partir de un abordaje cualitativo, en este artículo problematizamos las desigualdades que se generan en los grupos domésticos que trabajan en la horticultura luego de la migración desde Bolivia hacia Argentina, basadas en las nuevas exigencias del mercado laboral en el que se insertan. Mostramos cómo la migración impacta en los roles y jerarquías dentro del núcleo familiar, tanto en el trabajo doméstico como en el trabajo para el mercado. Nos detenemos en los cambios y continuidades en las distintas labores para observar el lugar que toman los varones, las mujeres, los y las jóvenes y adultos/as en el proceso de trabajo. Como analizaremos, las representaciones de los varones como trabajadores hortícolas a tiempo completo y de las mujeres entrando y saliendo de la quinta para cuidar a sus hijos tienen diversos efectos, especialmente en el acceso al dinero que se gana en el trabajo familiar y en el estatus que posee cada miembro del grupo doméstico en el trabajo.
Palabras clave: Migraciones, Trabajo, Género, Horticultura, Jerarquías.
Domestic work, care and work for the market in the horticultural farms of General Pueyrredon. Hierarchies and segregation by gender
Abstract: From a qualitative approach, in this article we problematize the inequalities that are generated in the domestic groups that work in horticulture after the migration from Bolivia to Argentina, based on the new demands of the labor market in which they are inserted. We show how migration impacts roles and hierarchies within the family nucleus, both in the domestic and market work. We focus on the changes and continuities in the different tasks to observe the place that men, women, youth and adults take in the work process. As we will show, the representations of men as full-time horticultural workers, and of women as going in and out of work to take care of their children, have various effects, especially in access to money earned from family work and from home, as well as the status that each member of the domestic group has at work.
Keywords: Migrations, Work, Gender, Horticulture, Hierarchies.
1. Introducción
Cuando la entrevistamos en 2017, Marta tenía cincuenta y cuatro años y había migrado desde Bolivia hacia Argentina treinta y cuatro años antes, luego del fallecimiento de su madre. Su hermano mayor no quería dejarla en su país natal ya que consideraba que ella era “muy chica” para quedarse sola. Instalada en Mar del Plata, trabajó cuidando a un anciano hasta que se fue a la quinta con su hermano y su novio, Antonio, que hoy es su marido. Luego de haber trabajado como medieros/as y alquilando el campo, ellos/as y sus hijos/as se convirtieron en los/as dueños/as de la quinta que cultivan actualmente.
El de Marta es uno de los diez testimonios de mujeres trabajadoras de la horticultura que analizaremos en este artículo. Dichos relatos integran un corpus más amplio de veinticinco entrevistas a varones y mujeres de la colectividad boliviana radicada en General Pueyrredon, que realizamos en el marco de nuestra investigación doctoral. Como relataron la mayoría de las mujeres en cuyos testimonios focalizamos, aunque la situación laboral puede ir cambiando a lo largo del tiempo –peones, medieros/as, propietarios/as–, la casa siempre se encuentra dentro del predio de la quinta. Eso supone que, al igual que Marta, las diez mujeres entrevistadas se encuentren ante la superposición de los espacios de trabajo doméstico, de cuidado y para el mercado. En ese contexto, realizan diversas tareas en simultáneo, mientras que desarrollan estrategias para resolver todas sus labores, tanto en la quinta como en la casa.
El proceso a partir del cual los y las migrantes lograron convertirse en dueños/as de las tierras que trabajan, así como la mediería1 y la llamada “bolivianización de la agricultura”, han sido extensamente estudiados, sobre todo desde el campo de la sociología agraria y los estudios que analizan la horticultura (Albanesi, 1999; Benencia, 1997, 2005, 2012a, 2012b, 2017; Benencia y Quaranta, 2007). Las investigaciones también han mostrado las continuidades en el tipo de trabajo desarrollado antes y después de migrar (Hinojosa, Pérez Cautín y Cortez Franco, 2000). Sin embargo, como argumentaremos en este artículo, aunque el tipo de trabajo sea el mismo, con la migración, el proceso de trabajo familiar hortícola en su conjunto sufrió intensas transformaciones que, si bien tienen profundas implicancias en la forma en que se estructuran las desigualdades en la horticultura familiar, no han sido analizadas y se evidencian en la distribución de las tareas que se establecen en las quintas en el marco de la superposición que destacamos. Por ello, nuestro objetivo es problematizar esas transformaciones, desigualdades y jerarquías. ¿Cómo fue cambiando el proceso de trabajo a lo largo del tiempo y luego de la migración? ¿Qué relevancia tienen el género, la edad y el origen migratorio en la distribución de tareas? ¿A qué conflictos da lugar esa distribución? ¿Qué jerarquías y distinciones se establecen a partir de la distribución de trabajos?
Este artículo se enmarca en los estudios sobre el trabajo y las migraciones, los estudios feministas y con perspectiva de género. En ese sentido, nos apoyamos en investigaciones que, desde los años setenta, han cuestionado las nociones restrictivas de trabajo, que lo acotan al trabajo para el mercado, para incluir en esa categoría las tareas no remuneradas que realizan mayoritariamente las mujeres en los hogares (Barrère-Maurisson, 1999; Borderías y Carrasco, 1994; Sarti, Bellavitis y Martini, 2018). Las investigaciones con perspectiva de género también han logrado tensionar lo que es posible de comprender como “trabajo” dentro de los estudios migratorios. Gracias a los estudios que tomaron al género como estructurante de los procesos migratorios, se discutieron los criterios androcéntricos que vinculaban solo a los varones con el trabajo en la migración y, además, el trabajo de cuidado y doméstico –tanto para el mercado como el que se realizaba para la familia– fueron incorporados al análisis de las desigualdades, tanto entre varones y mujeres migrantes, como entre mujeres (Donato, Gabaccia, Holdaway, Martin y Pessar, 2006; Gregorio Gil, 1997).
Así, desde una perspectiva de género se ha señalado que lo “productivo” y lo “reproductivo” se encuentran en constante superposición en la vida de las mujeres migrantes y que eso produce distintas desigualdades, especialmente vinculadas a la distribución de cada uno de esos trabajos en el medio familiar (Magliano, 2013; Magliano y Mallimaci, 2015). A su vez, se ha hecho evidente que las mujeres no son una simple ayuda de los varones en el campo (Pizarro, 2015; Vazquez Laba, 2008, 2009). Sin embargo, algunos trabajos se han apoyado en conceptos y formas de abordaje sobre el cuidado y el trabajo doméstico en las migraciones, que no permiten dar cuenta de las desigualdades y jerarquías que tienen lugar en el proceso de trabajo en las quintas cuando existe la presencia de niños y niñas. En efecto, el trabajo doméstico y de cuidado que realizan las mujeres que migran con toda su familia se diferencia del que tienen que llevar a cabo quienes dejan a los niños y las niñas al cuidado de otras personas, y ha sido ampliamente abordado por las “cadenas/circuitos globales de cuidado"2 (Hochschild, 2008; Merla y Baldassar, 2016; Vaittinen, 2014; Yates, 2012). Mallimaci (2011) evidenció que el modo hegemónico en el que se ha visibilizado la feminización de las migraciones, enfatizando en las experiencias de las mujeres que migran y envían remesas a quienes quedan en el lugar de origen, significó una desatención de los proyectos migratorios donde las mujeres migran con toda su familia, como sucede en el caso que analizamos. El foco en las mujeres que migran solas también produjo que no se analicen las tensiones entre las esferas familiar y laboral, centrales para comprender lo que sucede con el trabajo doméstico y de cuidados en las migraciones desde Bolivia hacia Argentina (Mallimaci, 2011). En ese sentido, analizar el trabajo que realizan las mujeres migrantes en las quintas hortícolas a partir de la superposición de los espacios domésticos y de trabajo para el mercado, que suponen la presencia de los niños y niñas en las zonas de cultivo, implica observar desigualdades y jerarquías que no han sido el eje de los estudios migratorios y del trabajo, en clave de género. Como señalamos, nuestro análisis focaliza en los testimonios de diez mujeres migrantes que se quedaron definitivamente en Argentina y que, hace diez años o más, se encuentran asentadas en General Pueyrredon. Este recorte del corpus se fundamenta a partir de dos razones. La primera es la intención de incorporar trayectorias migratorias que permitan evidenciar los cambios y continuidades a lo largo del tiempo en los procesos que describimos en el artículo. La segunda reside en que la migración estacional tiene características y consecuencias específicas sobre la vida de los actores, que requieren un análisis particular. La intención de no generalizar estas experiencias diversas y, a la vez, tomar una de ellas en profundidad, conllevó la decisión de dejar por fuera a los/as migrantes que al momento de la realización del trabajo de campo solo habían pasado por migraciones estacionales. Por último, los testimonios tomados corresponden a personas que migraron entre finales de los años 1960 y principios del 2000, mientras en Argentina la horticultura crecía en estrecho vínculo con la colectividad boliviana (Benencia, 2017).
Si bien en esta ocasión analizaremos, en particular, las experiencias de trabajo en la horticultura, el resto de las entrevistas a migrantes bolivianos/as que realizamos para nuestra investigación doctoral nos permiten reconstruir la vida general de la colectividad en el partido. No solo nos basamos en entrevistas, sino también en observaciones participantes en distintos espacios, donde pudimos interactuar con migrantes durante los tres años que duró nuestro trabajo de campo, que complementan la información de las entrevistas. Específicamente, retomamos las conversaciones con ellos/as en el Centro de Residentes Bolivianos radicado en Mar del Plata, y las situaciones en las que nos desplazamos hasta las quintas para entrevistar a las personas y conocer las instalaciones.
2. Los trabajos de las mujeres y la estacionalidad del trabajo hortícola
Victoria tiene cincuenta y nueve años y desde pequeña, en Bolivia, realizó trabajos rurales. Su familia trabajaba en el campo, cultivando y criando animales para autoabastecerse. En esas actividades familiares ella tenía tareas específicas: alimentaba a los animales y, si la necesitaban, participaba de la huerta. No recuerda exactamente a qué edad, pero, cuando era niña, su padre y su madre comenzaron a llevarla a Jujuy para trabajar en Ledesma, en la caña de azúcar. Sus primeras estadías en Argentina fueron a partir de migraciones estacionales en las que, cuando se terminaba la temporada de trabajo, regresaba a su casa en Bolivia. Luego de algunos años de idas y vueltas, se casó y tuvo a su primer hijo. Con un niño pequeño los viajes comenzaron a complicarse y, a finales de los años setenta, decidió quedarse en Argentina. Siendo adulta, vivió un tiempo en Mendoza, donde trabajó cosechando uvas y aceitunas, hasta que finalmente se asentó en una quinta en el partido de General Pueyrredon, cerca de Batán. Mendoza -al igual que Buenos Aires- ha sido un destino elegido por varios/as de nuestros/as entrevistados/as antes de quedarse definitivamente en Mar del Plata.
Con Mar del Plata como ciudad cabecera, General Pueyrredon es un partido de la Provincia de Buenos Aires que se encuentra ubicado en la costa Atlántica. Aunque tiene las bases de su economía en el sector de servicios, posee uno de los dos cordones frutihortícolas más grandes del país, luego de La Plata.3 Sin embargo, a pesar de su relevancia productiva, los análisis sobre el cinturón productivo de General Pueyrredon son fragmentarios y escasos. Las investigaciones, muchas veces centradas en Buenos Aires y sus alrededores pusieron el foco en lugares más cercanos a la capital de la provincia, mientras que otros cordones frutihortícolas del interior del país han sido menos analizados, aun siendo centrales para comprender las experiencias migratorias y laborales de las personas que arriban al país.
Victoria trabajó en las quintas de la zona por más de treinta años y piensa que no le costó acostumbrase al campo, pero que es un trabajo difícil:
En la quinta no hay horario. Por lo menos en verano, teníamos que salir a cortar lechuga a las cuatro de la mañana. En verano… después volvíamos, a veces estábamos llegando a la casa cuando ya volvía otro camión con jaula y teníamos que volver de vuelta. No llegábamos a tomar ni él té (…) Trabajar en la quinta es cansador, pesado es cuando hay que cargar caños, desparramar abono o cargar jaulas, eso es pesado. Después no tanto, pero te cansa la quinta (Entrevista a Victoria, Batán, 2017).
La inexistencia de horarios precisos que Victoria destaca es una particularidad de las quintas. En otros trabajos que realizan los/as migrantes bolivianos/as en Argentina, aunque las jornadas puedan ser extensas tienen un límite que, además, no está marcado de forma estacional. En los meses que van de septiembre/octubre a marzo los/as trabajadores/as realizan largas jornadas que no suelen tener horarios definidos. Eso parece explicarse por los tiempos de crecimiento de las verduras que hacen que haya que sembrar y cosechar bajo ritmos rápidos, para que pueda aprovecharse la temporada de primavera-verano. En las quintas familiares, los meses de septiembre y octubre son importantes porque se comienza a preparar la tierra. Posteriormente, se llevan a cabo la siembra y la cosecha hasta que llega marzo. En efecto, las personas entrevistadas coinciden en que el trabajo “duro” se lleva a cabo en el verano.
Las actividades dentro del espacio donde se realiza la producción son variadas. No solo se cosecha y se siembra, sino que en un principio se prepara la tierra aplanándola, se hacen los surcos, se obtienen las semillas y en algunos casos se preparan plantines. Luego de sembrar, se riega con turnos que pueden ser de madrugada. Además, se cuida que no haya plagas que puedan dañar las verduras y se espera a que llegue el momento de crecimiento de las hortalizas. Cuando empiezan las cosechas, la producción se divide en jaulas y cajones que posteriormente se cargan en camiones que la distribuyen en los distintos mercados, en diversos puntos del país. Según indican los/as trabajadoras/es, en estas labores no hay distinciones entre las obligaciones que tienen los varones y las mujeres.
Entre las décadas de 1960 y 1970, cuando los/as primeros/as bolivianos/as migraron a General Pueyrredon, todas las actividades se realizaban manualmente, sin excepción. Sin embargo, con el correr de los años, principalmente durante los años noventa cuando también pudieron comprar sus tierras, fueron incorporando herramientas que les facilitaron el trabajo y que permitieron acelerar los tiempos en los que se hacía cada tarea. Eso no sólo posibilitó aumentar la cantidad de hortalizas producidas, sino que permitió hacerlo en menos tiempo. Sin embargo, la compra de maquinarias y herramientas no fue posible en todas las épocas. En 2017, cuando realizamos algunas entrevistas, los/as productores/as explicaron que estaban pasando por un momento en el que incluso comprar las semillas básicas para poder cultivar se estaba volviendo dificultoso. Ese año, el precio del dólar comenzó a elevarse y el valor de los insumos, que está estipulado en dólares, cambió fuertemente de la mano de las fluctuaciones del tipo de cambio. Los/as entrevistados/as sostuvieron que lo que les pagaban por las verduras casi no les alcanzaba para vivir y renovar sus stocks. Una situación similar se había dado en los años posteriores al 2001, donde la crisis que afectaba el país hizo retroceder la producción de los cinturones frutihortícolas, en general, y del que se encuentra en General Pueyrredon, en particular (Atucha, Lacaze y Rovereti, 2014).
A diferencia con lo que puede encontrarse en la ciudad de La Plata, no existe en General Pueyrredon una cantidad significativa de quintas con espacios de invernadero que permitan cuidar la producción de las heladas.4 El invierno de Mar del Plata no permite producir con la misma intensidad y en las quintas familiares el trabajo en esa estación es solo para autoconsumo. Aunque en cantidades reducidas, en algunos casos se produce para la venta. En general, son los varones adultos de la familia los que se encargan de realizar ese trabajo, mientras algunas de las trabajadoras buscan empleos temporarios fuera de las quintas y los/as jóvenes hijos/as de los/as migrantes se dedican a estudiar.
Blanca y Manuel migraron hacia Argentina desde Tomates, un pueblo del departamento de Tarija en Bolivia, a mediados de 1990. Cuando llegaron a General Pueyrredon, ella tenía dieciocho años y todavía no tenían hijos/as. En su testimonio, la decisión de migrar se explica por la información que Manuel tenía a partir de otros paisanos que aseguraban que aquí había trabajo. Blanca sostuvo que no la entusiasmaba la idea de irse de su país, pero decidió priorizar la decisión de conseguir un lugar que les permitiera vender la producción y generar ganancias. En ese momento, resolvieron venir a realizar las actividades que ya hacían, pero para un mercado que no les permitiría aumentar su producción y sus ingresos. Según Blanca, lo que se podía producir en Tarija solo era “pa’ vivir” y no existían posibilidades de “ganar una moneda” (Entrevista a Blanca, Batán, 2017).
Su primera responsabilidad asociada a lo laboral fue en una quinta donde trabajaron para otros. Allí tuvieron a dos de sus cuatro hijos/as. Posteriormente, luego de un robo que les generó preocupación, se mudaron al campo que aún alquilan en la zona de Batán, donde actualmente trabajan también sus dos hijas mayores. Sin embargo, como migraron a mediados de los años noventa y comenzaron a trabajar cerca de la crisis del 2001 en Argentina, no tuvieron una experiencia similar a la de otros/as entrevistados/as que pudieron acceder a la propiedad de la tierra. En su caso, vivieron momentos en los que el dinero que ingresaba a la quinta no cumplía con sus expectativas, e incluso, no alcanzaba para vivir.
En los inviernos en los que su familia necesitaba un ingreso mayor de dinero, Blanca se empleaba como filetera, mientras su marido se dedicaba a cultivar para el autoconsumo y para la venta en cantidades reducidas. Dada la estacionalidad de los dos trabajos y el hecho de que su quinta se encuentra cerca del Parque Industrial Mar del Plata - Batán, podía trabajar como filetera de pescado.5 Los inviernos coincidían con el período lectivo, por lo cual las dos hijas que tenía en ese momento no requerían los cuidados de un adulto cuando ella estaba en la fábrica.
Romina, una mujer boliviana que es empleada fija en una fábrica de pescado en el puerto marplatense, explicó que algunos patrones suelen buscar mujeres bolivianas para que sean fileteras porque creen que “saben hacer mejor el trabajo” y “son responsables” (Entrevista a Romina, Mar del Plata, 2019). Muchas de sus compañeras que se dedican al trabajo en el pescado a tiempo completo son bolivianas. Cabe destacar que, si bien el trabajo en las quintas y el trabajo como fileteras requiere una gran técnica y conocimientos específicos, suelen ser mal remunerados y no son valorados socialmente (Cutulli, 2019).
Había muchas quintas que iban a la fábrica de pescado, pero dicen que ahora cerraron muchas fábricas y ya no van ya... Durante el invierno al pescado y durante el verano la quinta... Porque en el invierno no hay trabajo entonces se iban al pescado, a la fábrica, yo también iba mucho tiempo y muchos años. Pero ahora ya no voy porque se cerró la fábrica (Entrevista a Blanca, Batán, 2017).
Las fábricas tienen empleados/as fijos/as, pero también toman personas de forma temporal, por lo que muchas migrantes buscaban trabajo allí cuando mermaba en las quintas. Blanca supo que las fábricas de pescado podían ser un lugar donde emplearse por boca de otras paisanas que ya habían estado trabajando. Sin embargo, hace algunos años que ya no trabaja allí porque la empresa que solía emplearla cerró.
Al menos tres de las entrevistadas fueron fileteras durante algunos inviernos. Una de ellas pertenece al grupo de las jóvenes hijas de migrantes que trabajó mientras estaba en su etapa escolar, durante las vacaciones de invierno. Actualmente, ha terminado sus estudios secundarios y, cuando la quinta no produce, realiza cursos de formación profesional brindados por el municipio, mientras trabaja en una verdulería. Generalmente, en el invierno, los/as jóvenes van buscando otros trabajos vinculados a la horticultura. Nora, de diecinueve años, en el momento en que la entrevistamos estaba comenzando sus estudios en la Facultad de Derecho y trabajaba en un puesto en el mercado vendiendo verduras. Como mostraremos, las posibilidades de trabajar en otros lugares y las obligaciones de cada uno/a en las quintas están atravesadas por la co-constitución del género y la edad.
3. Los trabajos de las mujeres en las quintas
Aunque muchas migrantes hayan tomado otros empleos temporales, la mayor parte del trabajo que realizan para el mercado lo hacen en las quintas. Mónica y Juan llegaron a Mar del Plata hace treinta años. En la quinta de la que ahora son propietarios tuvieron a su única hija. Durante algunos años trabajaron solos, hasta que estuvieron mejor económicamente y pudieron contratar a una pareja que vino desde Bolivia con sus hijos/as. Mónica destacó que el trabajo hortícola es duro y que “no es para mujeres”, porque se requiere fuerza que los varones poseen en mayor medida. Mónica no quería que su hija trabajara en la quinta y tenía una prima que podía cuidarla, entonces no la llevaba a menos que los días “estuvieran muy lindos para jugar y no tuviera que ir a la escuela” (Entrevista a Mónica, Mar del Plata, 2017). Actualmente, su hija es enfermera y trabaja en un hospital local, por lo que está alejada del trabajo familiar. Ella y Juan, en cambio, siguen allí.
Lo que Mónica describió explícitamente sobre la mayor capacidad de los varones para trabajar en la quinta es una idea sobre el trabajo que circula entre las familias que se desempeñan en la horticultura. Durante la entrevista, Victoria mencionó que algunas de sus hijas mujeres han abandonado la quinta temprano para ir a la universidad, mientras que quien continúa en el trabajo hortícola es uno de sus hijos varones. Los/as jóvenes, varones y mujeres, tienen la posibilidad de salir de las quintas para ir a estudiar. Sin embargo, en nuestras entrevistas hemos podido constatar que fue más simple para las mujeres empezar a realizar otras tareas como estudiar o ir a trabajar a otros sitios, porque “ellos son considerados mejor mano de obra” (Entrevista a Daniela, Mar del Plata, 2017). Como evidencia el testimonio de Mónica, los adultos que migraron y han mejorado sus condiciones económicas priorizan que sus hijos/as puedan estudiar, pero, en muchos de los casos, se enfocan principalmente en las mujeres. En los testimonios eso se explica por dos motivos. Por un lado, por considerar a los varones mejor mano de obra; por el otro, porque se supone que los trabajos son más pesados para las mujeres que para los varones y sería más fácil para ellos seguir en la horticultura, ya que sufrirían menos los esfuerzos físicos que demanda la actividad.
Aunque no son apreciadas de igual manera como trabajadoras, los testimonios coinciden en que las mujeres realizan las mismas tareas que los varones en las quintas. No obstante, según destacan otros estudios, la distribución de las responsabilidades no parece haber sido así siempre. Dos investigaciones realizadas en la década de 1990 muestran que la mayor parte de la producción familiar en las zonas rurales de Tarija, Bolivia, era para el autoconsumo (Hinojosa, Pérez Cautín y Cortez Franco, 2000; Punch, 2001). En esta economía familiar, las mujeres campesinas cuidaban de la salud, de los/as hijos/as, de la alimentación y conseguían la leña, un elemento de suma importancia ya que casi todas las familias la utilizaban para cocinar. Por su parte, los varones se encargaban principalmente de las actividades de cultivo de las verduras. Además, Hinojosa, Pérez Cautín y Cortez Franco (2000) señalaron que, cuando algunos varones migraban solos a trabajar, las mujeres realizaban las tareas vinculadas a la producción y podían contratar algunos peones. En la misma línea, Ana recordó que, en Tarija
trabajaba en el campo igual, sembraba papa, maíz…criábamos animales, todo porque allá en el campo tenés que criar, tenés que criar una gallina, un chancho, cabra, oveja para tener la carne, sembrar para tener las verduras. Porque allá no hay mercado, tenés que criar para tener los animales, gallinas, tenés huevos, carne, después crías vacas, tenés queso, la leche (Entrevista a Ana, Batán, 2017).
Como se evidencia a través del testimonio de Ana, los/as sujetos/as entrevistados/as habían participado de actividades hortícolas para autoconsumo antes de migrar y, aunque no había un mercado donde vender la producción, podían intercambiar productos con los vecinos.6 Sin embargo, fue luego de la migración que el trabajo cambió significativamente.
Hay que estar haciendo todo a cada rato, si estás un rato sin hacer nada tenés que hacer una cosa u otra y si te sentás un rato ya no podés hacer todo ya…lo que tenés que hacer. Tenemos que estar en la quinta, ir, venir, cocinar, lavar ropa… a veces no alcanza el tiempo para hacer todo (Entrevista a Blanca, Batán, 2017).
Sí, yo tenía que ir a trabajar [en la quinta], venir a hacer la comida, y hacer todos los quehaceres de la casa, y así... lavar, atender chicos, dejar de trabajar un rato cuando tenía que ir el chico a la escuela, llevarlo (Entrevista a Ana, Batán, 2017).
La posibilidad de tener un mercado amplio para vender el excedente supuso la mercantilización de las lógicas a partir de las que se organiza el trabajo. En los testimonios puede rastrearse cómo el proceso de trabajo en el campo cambió con la migración. Mientras se encontraban en el lugar de origen, tanto varones como mujeres se encargaban de realizar actividades para la mantención del hogar y el autoabastecimiento. Los varones se involucraban mayoritariamente en las tareas de cultivo. Las mujeres participaban de ellas de forma menos intensiva y eran responsables de otras labores como alimentar a los animales, lavar la ropa o cocinar. Luego de migrar, se acrecentó la producción y comenzó a venderse. Por eso, la parte del trabajo dedicada al cultivo se intensificó, generando que se requiera de la participación activa de toda la familia en el trabajo hortícola. En ese proceso, las mujeres que realizaban los dos trabajos en el lugar de origen, es decir, el que ahora se destina al mercado –producción de verduras- y el que no –trabajo doméstico y de cuidado-, se transformaron en las responsables de una cantidad mucho más diversa de tareas, con lógicas difícilmente conciliables.
En el proceso migratorio familiar, el género produce desigualdades asociadas a la feminización de las tareas domésticas y de cuidado. Venir a Argentina para establecerse en el campo, adquirir las tierras y ascender socialmente aparece como uno de los objetivos que vuelve necesaria la cooperación familiar y que refuerza los vínculos familiares, pero que también establece jerarquías, derechos, roles y obligaciones entre quienes forman parte del grupo doméstico que trabaja en las quintas. En este proceso, las mujeres migrantes son responsables de más actividades que los varones migrantes adultos o que los y las jóvenes.
La mujer en nuestra cultura, la mujer acompaña al marido para salir adelante, es la única manera, que trabajen los dos a la par, capaz es una mirada machista, pero... Antes el hombre era proveedor de todo, pero la mujer, lo que yo veo en todos los casos, siempre la mujer trabajó a la par del marido, o más porque tenía que estar en la quinta, cocinar, cuidar a los chicos (Entrevista a Miriam, Estación Chapadmalal, 2017).
Miriam sostiene explícitamente esta distinción sobre la cantidad de tareas que realizan varones y mujeres; las mujeres trabajan a la par de los varones en la quinta, mientras que se dedican a cocinar y cuidar de los/as niños/as. Sin embargo, también sitúa esas acciones como necesarias para salir adelante. En su testimonio, que las mujeres adultas tengan más responsabilidades se presenta como necesario para cumplir con los objetivos compartidos, al tiempo que supone las asimetrías que destaca, en tanto son responsables de más trabajo, que, además, se realiza en simultáneo. Si bien Miriam no lo menciona, es posible pensar que en la realización de esas actividades “necesarias para salir adelante”, en las que incluye el trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres ganan también la posibilidad de participar en la toma de decisiones familiares o vinculadas al trabajo familiar.
Diego, que proviene de una familia de ex trabajadores de las quintas, sostuvo algo similar cuando explicó que su madre se encargaba de las mismas actividades que el resto de los/as trabajadores/as y cuidaba de él y sus hermanos más pequeños/as. Los/as jóvenes –migrantes y no migrantes, ya que Miriam nació en Argentina y Diego en Bolivia– no sólo reconocen que el trabajo para el mercado es realizado por los varones y mujeres adultos/as en la misma medida, sino que, a diferencia de la generación anterior, identifican al espacio doméstico como casi exclusivamente a cargo de las mujeres adultas. No obstante, no todos entienden este proceso de la misma forma. Lo que en el testimonio de Miriam aparece como una desigualdad entre varones y mujeres, en el de Diego es descripto como algo que forma parte de la distribución de tareas en las quintas. La representación de las mujeres de las quintas como cuidadoras y trabajadoras hortícolas en simultaneidad, también se sostiene en el testimonio de personas que viven en la ciudad, más allá de su género o edad. Los/as entrevistados/as explicaron que “es raro” ver que las mujeres dejen a los/as niños/as solos/as mientras trabajan en la quinta y destacaron que, al igual que hacen las mujeres en Bolivia, los/as llevan con ellas mientras trabajan.7
Por su parte, esas mujeres dan cuenta de sus tareas domésticas, pero no lo expresan del modo en que lo hace Miriam. En las entrevistas describen lo doméstico como actividades que tienen que realizar y que, si bien se efectúan en simultáneo con las tareas de cultivo, no son vistas por ellas como parte del proceso de trabajo para el mercado. Esto produce que luego de la migración el trabajo de cuidado y el trabajo doméstico se “privaticen”, ya que quedan en un lugar secundario, relegados e invisibilizados ante la necesidad de priorizar las actividades de cultivo. Pierden la centralidad que tenían como labor en Tarija, mientras que el trabajo asociado a la producción de verduras se mercantiliza y aumenta.
Además de cuidar a los/as niños/as, cocinar es uno de los trabajos domésticos más relevantes durante la jornada. Sin excepción, los testimonios señalan que, en general, las mujeres se retiran un tiempo antes de la quinta para poder cocinar y los varones continúan trabajando en las verduras. Cuando la comida está lista, los varones llegan a comer. Que las mujeres realicen actividades domésticas y para el mercado no significa que los varones tengan más tiempo de ocio durante la jornada de trabajo, porque mientras ellas realizan muchas de las tareas domésticas ellos continúan en la quinta. Lo que sucede es que las mujeres adultas tienen actividades que son más difícilmente conciliables, porque en el mismo tiempo, realizan tareas diversas: tareas domésticas, de cuidado y hortícolas.
4. El valor de los trabajos en las quintas
¿Por qué no son valoradas del mismo modo como trabajadoras? El trabajo necesario para la producción de verduras es el más valorado, en parte, por estar asociado a los ingresos de dinero. Por ende, quienes dedican más tiempo a ese tipo de labores son más apreciados como trabajadores. La asociación de los varones como trabajadores hortícolas exclusivos, y la imagen de las mujeres entrando y saliendo de las quintas para cocinar, o tomándose algunos tiempos para cuidar a los/as niños/as mientras trabajan, produce apreciaciones diferenciales sobre ellos/as.
Por su parte, a medida que se lleva a cabo la producción, las verduras van siendo vendidas. Eso requiere llegar a acuerdos con quienes compran lo que se produce en la quinta y son los varones los que se encargan de esos contactos y conversaciones con los compradores (Ambort, 2019). Las diferenciaciones que se establecen en torno al género y la distribución de los trabajos exceden el momento de la producción, ya que se extienden a la distribución y venta de las verduras (Tripin y Brouchoud, 2014). Esto es relevante porque no solo la intensidad del trabajo y la responsabilidad de cada uno de los miembros de la familia en torno a él cambian con la mercantilización de la producción luego de la migración, sino que la valoración de las tareas que realizan los varones y las mujeres también se transforma a partir de esos procesos.
Luego de esas transacciones, y como consecuencia de la forma en la que se realizan los arreglos laborales, ninguno de los dos trabajos –doméstico o para el mercado– se remunera con un salario, sino que el dinero ingresa al vender las verduras. La distribución diferencial del trabajo y el tiempo no explican totalmente las desigualdades dentro de las quintas; los ingresos de dinero y su posterior distribución tienen relevancia en este proceso (Blanco Rodríguez, 2020). En algunos casos, el dinero que se recibe se encuentra en un solo fondo o pago que, en general, es administrado por los varones adultos porque son quienes suelen dedicarse exclusivamente a la producción. Lo que antes los jerarquiza como trabajadores dentro de la familia, posteriormente puede tener implicancias en el acceso y circulación del dinero.8 Eso no significa que las mujeres o los/as jóvenes no puedan participar de la decisión acerca de qué se hace con los ingresos, pero, en gran medida, la posibilidad de incidir en esa decisión está vinculada con las tareas que cada quien realiza y con las jerarquías entre ellas. El trabajo efectuado en el medio familiar no supone una distribución igualitaria del dinero, sino que este circula de maneras que permiten observar las posiciones desiguales que en ella ocupan distintos actores en la familia, e incluso la propia definición de una actividad como trabajo o no trabajo en ese medio familiar (Blanco Rodríguez, 2020).
Solo en una de las familias que analizamos los/as adultos/as están divorciados, situación que es mucho más habitual en casos de migrantes bolivianos que no se dedican a trabajos que involucren a los cónyuges.9 En ese sentido, podemos pensar que la forma que asume el proceso de trabajo y los vínculos y roles que se generan cuando la familia actúa como una unidad mantienen al núcleo familiar de origen unido, al reafirmar los objetivos por los que migró (Bourdieu, 1994). A su vez, los miembros de la familia dependen del ingreso único que se genera con la venta de la producción, por lo que mantenerse juntos en el campo aparece como una necesidad mayor que en otros casos ya que, si abandonan el trabajo hortícola, deben buscar la forma de generar otro ingreso. Ahora bien, esa no es la única consecuencia si alguien de la familia deja la quinta. Cada vez que una persona se va, si no es posible contratar empleados, los/as que quedan deben realizar el trabajo extra que antes hacía la persona que se retira del trabajo.
No obstante, cuando se contratan empleados para distribuir el trabajo hortícola, eso puede generar una mayor cantidad de trabajo doméstico para las mujeres adultas de la quinta. En el momento en el que la familia de Ana decidió traer a algunos peones desde Bolivia ella no sólo debía de encargarse del trabajo que le correspondía en la producción y de las tareas domésticas y de cuidado vinculadas a sus hijos/as, sino que estas se extendían y era responsable de lavar la ropa, la comida y otras labores domésticas para esos empleados. En este sentido, la contratación de trabajadores, que debería ser un alivio para los miembros de la familia, no lo es para las mujeres que siguen trabajando en la quinta, dedicándose al trabajo doméstico y deben cuidar también de los empleados.
En el caso de Ana, para llevar a cabo el trabajo en la quinta, se emplearon varones o familias, mientras que en los casos en que necesitaron alguien que trabajara en la cocina se contrataron mujeres jóvenes. Ana y José “trajeron a alguien” para que “ayudara” en el espacio doméstico sólo una vez, mientras que, para el trabajo en el campo los “changos” venían todos los años (Entrevista a Ana, Batán, 2017). El trabajo requerido para las hortalizas aparece como el más relevante y por eso se destinan más recursos para realizarlo. No sucede lo mismo con el trabajo doméstico, que se resuelve en la familia, entre mujeres. En este sentido, puede verse que los distintos trabajos son valorados de forma desigual, mientras se establecen jerarquías que suponen una distribución inequitativa de los recursos que se destinan a realizarlos.
Las mujeres migrantes que no han tenido hijas mujeres se encargan del trabajo doméstico sin ayuda. En general, si se contratan parejas o familias, las mujeres de cada familia se encargan del trabajo doméstico que requiere su núcleo familiar. En cambio, si solo hay empleados varones, las responsabilidades domésticas de esos empleados recaen en las mujeres de la familia que contrata a los trabajadores. Para las hijas de migrantes esto suele ser diferente, en muchos casos porque no han tenido hijos/as o han ido cambiando de empleos y ya no deben cuidarlos/as mientras trabajan. También porque la colectividad ha crecido en el tiempo, así como sus familias y la posibilidad de apoyarse en otras personas para cuidar. En general, sus hermanas pueden ayudarlas en el cuidado dentro de las quintas o por fuera, si se insertaron en otros trabajos. El caso de Miriam es significativo en este sentido ya que, cuando debe trabajar junto a su esposo en la quinta, su hermana menor, que no trabaja en la horticultura, se queda con sus hijos/as. Las experiencias fueron variando de generación en generación y la presencia de hijas que crecieron –para las mujeres adultas– y hermanas menores –para las jóvenes–, aunque no siempre lo resuelven, facilitan el trabajo doméstico y de cuidado. Cabe destacar que muchas de las migrantes que llegaron desde Bolivia entre 1980 y el 2000 tienen hijos/as pequeños/as y no siempre cuentan con la ayuda de otras mujeres. Sus experiencias de cuidado de niños/as pequeños/as suceden en el mismo momento que el de algunas mujeres de la segunda generación, y las experiencias que tuvieron los primeros años de su migración aparecen en sus relatos como actuales, porque si bien tienen hijas e hijos más grandes que trabajan en la quinta, siguen cuidando a los/as más pequeños/as. La diferencia entre las mujeres de la primera generación y la segunda, en este caso, es que, si bien las jóvenes tienen una apertura hacia otros empleos, en general, las de la primera generación se quedan en la horticultura de forma sostenida en el tiempo. Por eso, sus testimonios presentan una continuidad entre el cuidado que brindaban a sus hijos/as hace años y el que tienen con sus hijos/as que aún son niños/as en la actualidad. Algunas de las mujeres que llegaron en los ochenta y noventa han tenido ocho hijos, y por eso la diferencia entre los/as más grandes y los/as más pequeños/as puede ser de hasta más de veinte años. En esos casos, y con el transcurso de los años, algunas situaciones, tales como las condiciones habitacionales, mejoraron. Otras, como el acceso a servicios de cuidado, no.
Como desarrollamos hasta aquí, las mujeres adultas son responsables de más tareas que los varones, aunque no conceptualizan a sus actividades domésticas y de cuidado como parte del proceso de trabajo en las quintas. Para quienes migraron, solo uno de los trabajos que se realizan en las quintas es el que genera ingresos y remite a la producción de verduras. Aunque podemos encontrar una variación generacional, donde los/as migrantes más jóvenes o los/as hijos/as de quienes migraron primero identifican que las tareas de cultivo y domésticas se entrelazan en las quintas, e incluso algunos/as plantean que eso significa una desigualdad en perjuicio de las mujeres, eso no refleja la forma general en la que se entiende al trabajo doméstico y de cuidado en las quintas, que queda invisibilizado y relegado por las tareas de cultivo asociadas a la producción.
5. Reflexiones finales
Migrar no tuvo las mismas consecuencias para todos los miembros de la familia. La mercantilización de la producción familiar aumentó la cantidad de trabajo que realizan todos los integrantes, pero mucho más la que desarrollan las mujeres adultas. El proceso de trabajo está segregado por género, ya que existe una clara división de las actividades que realizan los varones y las que realizan las mujeres. A su vez, esas actividades se jerarquizan, ya que el trabajo que aparece como dirigido al mercado es más valorado, y por eso se destinan recursos o se contratan empleados para realizarlo, mientras que eso no sucede con el trabajo doméstico. Esa valorización desigual se vincula con que el hecho de que las y los actores solo identifican el trabajo destinado al mercado como el que genera ingresos. Es decir, el trabajo doméstico no es asumido como trabajo y se constituye como ajeno a la producción hortícola, aunque sea indispensable para que sea llevada a cabo.
Como señalamos en la introducción, desde los años setenta, los estudios de género y feministas discutieron el carácter restrictivo de la noción de trabajo, ampliándola con la inclusión de las tareas que las mujeres realizaban dentro del espacio doméstico. Estos estudios mostraron que las esferas del trabajo doméstico y para el mercado son interdependientes y que el ámbito “privado” y el “público” están en constante relación, mientras que, en algunos casos pueden superponerse (Barrère-Maurisson, 1999; Borderias y Carrasco, 1994). En las quintas, donde ese entrecruzamiento entre las dos esferas se vuelve evidente, las personas construyen una clara distinción entre las actividades domésticas y las que son para el mercado. Específicamente, existen actividades domésticas que son responsabilidad casi exclusiva de las mujeres adultas, como cocinar, el cuidado de los/as hijos/as –que puede compartirse con las niñas más grandes– o la limpieza de la casa. Se constituyó, dentro del mismo proceso de trabajo, una separación que ubica algunas actividades como trabajo y otras como domésticas, y, por ende, como “no trabajo”.
No obstante, nos apoyamos en las nociones de trabajo doméstico y trabajo para el mercado porque permiten abordar claramente esa segregación y jerarquización de las tareas por género que, a su vez, repercute en las obligaciones, responsabilidades, compensaciones, retribuciones y derechos que reciben los/as miembros de la familia. El trabajo doméstico es responsabilidad de las mujeres, mientras que el que se realiza para el mercado es ejecutado por varones y mujeres. El primero no parece ser entendido como algo relevante para lo que se considera el proceso productivo de las verduras, mientras que el segundo es valorado como el que permite obtener ganancias. La particularidad de la horticultura reside en que lo que se invisibiliza no es solo el trabajo doméstico, sino también el que las mujeres realizan para el mercado ya que, al encargarse en simultáneo de las tareas domésticas, del cuidado y del trabajo en la horticultura, las mujeres aparecen dispersas en todas las actividades, aunque estén llevándolas a cabo a la vez. En ese marco, aunque las mujeres sean responsables de las mismas tareas que los varones, e incluso más, al no estar exclusivamente en el trabajo productivo, se las valora menos como trabajadoras.
Otras investigaciones que han analizado las trayectorias laborales de migrantes bolivianos en Argentina han demostrado que la inserción laboral de las mujeres está condicionada por poder o no combinar el trabajo productivo con el reproductivo. Esta “doble presencia”, tanto de mujeres migrantes como no, hace que deban buscar la forma de articular estas dos esferas que son distintas entre sí (Balbo, 1994). Algunas investigaciones sostienen que, en ese marco, lo doméstico y lo productivo constituyen un continuo (Linardelli, 2020a; Linardelli, Pessolano, y Rodríguez Agüero, 2021). Así, dichos estudios han analizado en profundidad el “trabajo productivo” y “reproductivo” que realizan las mujeres y los hombres en las quintas, evidenciando la división sexual del trabajo que atraviesa esos espacios. Concluyeron que en los cordones frutihortícolas las mujeres realizan “trabajo productivo y reproductivo”, mientras que, los hombres se dedican fundamentalmente al “productivo” (Ambort, 2019; Ataide, 2019; Bocero y Di Bona, 2012, 2013).
Los aportes de estas investigaciones han sido muy relevantes, especialmente para visibilizar distintas desigualdades que atraviesan las mujeres en el agro. Ahora bien, las actividades que realizan aparecen abordadas a través de las categorías de “productivo” y “reproductivo” (Ambort, 2019; Ataide, 2019; Bocero y Di Bona, 2012; Linardelli, 2020b; Tripin y Brouchoud, 2014). No obstante, nuestro trabajo de campo evidenció que las categorías de “productivo” y “reproductivo” generan una dicotomía que no permite analizar en profundidad la superposición de los trabajos que llevan a cabo las mujeres, ya que, en las quintas, las actividades que son consideradas trabajo quedan asociadas a lo que se entiende como productivo –producción de verduras y hortalizas–, donde no entra lo doméstico. Por ende, se invisibilizan las estrategias de conciliación de dos trabajos difícilmente articulables. En este caso, tomar en cuenta que la división sexual del trabajo se produce en la superposición de los espacios domésticos y de trabajo para el mercado, resulta central para el análisis.
Apoyarnos en las nociones de trabajo doméstico y trabajo para el mercado permite comprender todas las actividades que realizan las mujeres y las estrategias que despliegan para conciliarlas como trabajo necesario para las familias y desarrollar una mirada más compleja y matizada de la situación. Por eso, proponemos analizar las actividades que componen el proceso de trabajo en las quintas hortícolas conceptualizándolas como tipos distintos de trabajo –doméstico, de cuidado y para el mercado–, que se realizan en el espacio productivo, y se valoran y distribuyen de forma desigual, incluso cuando en la mayoría de los casos se efectúan en simultáneo.
En suma, el proceso de trabajo en las quintas se organiza en base a la articulación entre el trabajo para el mercado, el trabajo doméstico y de cuidado, que se realizan en simultáneo, dado que las personas viven en el lugar donde trabajan. En este contexto, varones y mujeres trabajan en las quintas, mientras que las mujeres se encargan del trabajo doméstico y de cuidado. Observar las formas específicas que asume el trabajo familiar luego de la migración, preguntándonos por la división sexual del trabajo, permite hacer evidentes las desigualdades entre los/as miembros del grupo doméstico que trabajan en las quintas y la constitución de algunas actividades como trabajo y otras como no trabajo. En ese sentido, se vuelven accesibles los significados que asumen las distintas actividades para los y las miembros de las familias que se desplazan a trabajar juntas y que ponen a algunos/as en posiciones desiguales respecto de la cantidad de tareas que realizan. Esa segregación y jerarquización de las tareas dentro del proceso de trabajo pone en evidencia los derechos y las desigualdades que se configuran en el trabajo familiar que se realiza en las quintas hortícolas. En este caso, el carácter familiar del trabajo no supone una distribución igualitaria de las responsabilidades dentro de la casa o la quinta, ni de los recursos e ingresos que se obtienen a través de la venta de la producción.
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Notas
Recepción: 22 Abril 2022
Aprobación: 20 Septiembre 2022
Publicación: 01 Septiembre 2023