Dossier : Literaturas y disidencias sexuales
Lecturas por la diferencia: una aproximación a las operaciones críticas queer de la crítica literaria argentina
Resumen: La crítica literaria –como discurso racional y práctica autónoma- es un producto del mundo moderno que se valida institucionalmente a partir de la normativización de sus operaciones críticas. Más aún, esas operaciones críticas o modos de leer se transforman en el canon crítico circulante y se arrogan la facultad de dirigir no solo qué leer sino también cómo leerlo. En sintonía con estos razonamientos, nos interesa esbozar una genealogía de la crítica literaria queer en nuestro país, pensar sus alcances y el momento histórico en el que esos textos se inscriben, se visibilizan y se legitiman dentro del canon crítico literario argentino.
Palabras clave: Crítica literaria, Queer, Modos de leer, Operaciones críticas.
Readings for difference: an introduction to Argentine queer literary critic
Abstract: Literary criticism -as rational discourse and autonomous practice- is a product of the modern world that is institutionally validated by the standardization of its critique. Moreover, these critique or modes of reading become the critical canon circulating and assume the capacity to direct not only what to read but also how to read it. In line with these arguments we are interested in outlining a genealogy of queer literary criticism in our country, thinking about its scope and the historical moment in which these texts are inscribed, visualized and legitimized within the Argentine literary critical canon.
Keywords: Literary criticism, Queer, Modes of reading, Critique.
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Pedro Lemebel, “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”
En la historia de la crítica literaria argentina, las operaciones críticas en sintonía queer han sido un área poco investigada. La crítica literaria –como discurso racional y práctica autónoma- es un producto del mundo moderno que se valida institucionalmente a partir de la normativización de sus prácticas de lectura. Más aún, esas operaciones críticas o prácticas de lectura se transforman en el canon crítico circulante y por ende en un instrumento de control social en tanto se arrogan la facultad de dirigir qué y cómo leer. En este trabajo, nos interesa esbozar una periodización de la crítica literaria queer en nuestro país, pensar sus alcances y la relación entre esos textos críticos y el momento histórico en el que se inscriben.
La teoría queer1 se erige como una epistemología abierta e inestable, que repudia las definiciones fijas del patriarcado y los mandatos de un heterosexismo compulsivo y sus tecnologías de control (Foster, 2000, p. 19). Esta teoría debe ser pensada como un campo de producción discursiva y política que partió de las vivencias concretas de colectivos minoritarios en la sociedad occidental y se desarrolló en el ámbito de la academia. Por ello, y si bien tiene, desde hace por lo menos una década, una presencia relativamente visible en el ámbito académico y cultural argentino, no es mucho lo que sobre sus operaciones críticas se ha dicho en nuestro país.2 Es por ello que, consideramos, nos debemos una reflexión situada y genealógica que debata las tradiciones, herencias y filiaciones de estas operaciones críticas, en tanto, más allá de esta reciente expansión y visibilización, la problemática queer nos remite, una vez más, al debate en torno de la geopolítica del conocimiento y a la colonialidad del saber; es decir, a la apropiación y resignificación que en el ámbito nacional y disciplinar hacemos de este cuerpo teórico y de su praxis política.
Vinculada a los estudios de género, la teoría queer se leyó tempranamente en Argentina, mediante las traducciones que las revistas Feminaria y Mora ofrecieron en los años ‘90 de los textos pioneros de Teresa De Lauretis y de Judith Butler. La importancia de estos textos radicaba en que planteaban una nueva forma de entender al género desligado de la diferencia sexual (Maristany, 2013, p. 103). Desde los estudios feministas y gay-lésbicos se produce entonces un deslizamiento hacia lo queer que, a diferencia de los movimientos teóricos y militantes anteriores, permite hacer visibles e incorporar los cuerpos y las subjetividades anclados en la ambigüedad y la frontera; y que, a la vez, desafían las estructuras binarias de inteligibilidad identitaria: transgéneros, transexuales, intersexuales, bisexuales, etc. Sin embargo, existe un desfasaje importante en términos de lo que fue producción literaria y producción crítica. En palabras de Daniel Balderston y José Quiroga:
Debemos pensar que las pautas de lo que se debe leer y lo que se debe estudiar han sido profundamente conservadoras en América Latina. La tradición queer u homoerótica está presente en los textos literarios, pero los de crítica literaria no lo registran como tales” (2005, p. 26).
En el intento de cartografiar las reescrituras que esta línea del pensamiento tuvo en nuestras latitudes, se reflexionará sobre algunas propuestas de lectura de la crítica literaria argentina: José Amícola, José Maristany, Daniel Link, Eduardo Mattio y Gabriel Giorgi.
Comencemos con Amícola y su obra Camp y posvanguardia (2000) en tanto operación crítica liminar que vincula el camp a lo queer. Más aún, arriesgaríamos considerar este texto en términos fundacionales para la crítica literaria argentina en sintonía queer, pues propone que la noción de camp no solo involucra la visibilización de la cultura queer sino que también la considera determinante para esta categoría. Detengámonos en la operación crítica que nos propone Amícola.
Camp y posvanguardia es quizá el primer ensayo en el ámbito de los estudios literarios que hace referencia explícita a la teoría queer. Si bien las lecturas que propone parten de una revisión de diversos aportes teóricos y metodológicos, fundamentalmente los de Judith Butler, la lectura propuesta por Amícola los excede: lee los fenómenos socioculturales del siglo XX desde las categorías que emergieron al calor de esas nuevas manifestaciones culturales. El gesto introductorio es el de historizar los conceptos que serán nucleares a su operación crítica: gender y camp. Historización anclada en los debates de la década del sesenta que le permitirá construir el engranaje que los relacione con la cultura homosexual, fundamentalmente gay, y que resignificará a partir de la reutilización de la parodia y el kitsch.
La categoría de gender, entendida como “el status social del sexo” (Amícola, 2000, p. 15), más específicamente, a partir de las premisas de Judith Butler (2007) que lo postulan como el aparato de producción dentro del cual se establecen los sexos y que participa tanto de lo natural como de lo cultural, es con la que inicia su ensayo, y la que vertebra la lógica de las manifestaciones culturales del “siglo fenecido”, pero también la que visibiliza el subtexto queer que la conforma. En la primera página de su texto, en nota a pie, susurra Amícola aquello que será inaugural en nuestras lecturas: aquello que Néstor Perlongher había alcanzado a dimensionar en los tempranos años '70 en torno a la problemática homosexual:3
Perlongher tampoco llegó a ver que la apertura actual hacia las cuestiones queer rompe con una tradición de sojuzgamiento anterior. La intolerancia de las izquierdas politizadas en la Argentina de la década del setenta para aceptar a los miembros gay en sus filas es justamente lo que la novela de Puig viene a traer a la polémica. La contestación a estos interrogantes se está dando mucho después, cuando quienes suscitaron las cuestiones han muerto. Tal vez podamos decir ahora que aquellos pioneros no lucharon en vano (2000, pp. 13-14).
Si bien, según Amícola, Perlongher plantea el fracaso en nuestra sociedad de la intervención queer que la novela de Puig había producido, su lectura es ineludible a la hora de pensar esa tradición en nuestro país. Fue Perlongher, quien en 1986 establece que El beso de la mujer araña vincula la resistencia política con la transgresión sexual, a pesar de que la persecución en Argentina a los homosexuales estaba oculta en la generalidad del genocidio. Instala de esta manera al discurso marginal como un espacio de reivindicación y resistencia, preanunciando los planteos queer.
La categoría de gender se plantea como “un mecanismo social de regulación” que también funciona como principio estructurante de la trama textual y de su operación crítica. Esta categoría es en definitiva reterritorializada en tanto evidencia la “despatologización de la homosexualidad en la década de los noventa” (Amícola, 2000, p. 85).
La noción de camp implicará no solo otro de los elementos constitutivos de las manifestaciones sociales y culturales de fin de siglo XX, en el que se destaca el borramiento de las fronteras culturales y el cuestionamiento de los binarismos; sino que también devendrá en otra de las categorías centrales de la lectura propuesta: aquella que inaugura la visibilidad. Es la categoría que Amícola considera determinante en tanto la vincula con la cultura queer y en tanto expresa la visibilidad de esa cultura. Todos los rasgos del camp son leídos desde las “imposiciones del gender”; esto es, del camp como desbaratamiento satírico de la seriedad falocéntrica. Más aún, “el camp, nacido al calor de una discriminación, pone de manifiesto, finalmente, la capacidad de los homosexuales para leer los signos ocultos de las discursividades sociales” (Amícola, 2000, p. 87). Lo interesante de la operación crítica de Amícola es la manera en que incorpora el camp, como una categoría estética que permite analizar los fenómenos artístico-literarios de la posvanguardia que asumen una perspectiva queer, ya sea a partir del sutil empleo de la parodia o resignificando la estética kitsch. De esta manera, lo camp funciona como categoría de análisis “que atravesará el discurso literario de muchas literaturas, refuncionalizando pactos de lectura” (Amícola, 2000, p. 58).
Desde estas intersecciones, Amícola lee literatura: Puig, Copi, Perlongher, Sarduy, Aira. Las novelas de Puig inauguran la pregunta por la identidad y los roles impuestos por la sociedad en tanto “el extrañamiento que ellas producen con sus procedimientos obliga a una revisión de todas las dicotomías” (Amícola, 2000, p. 95). Copi es leído desde la utilización literaria del travestismo en relación a las estrategias paródicas del camp. Perlongher, desde la provocación camp de la mixtura, la yuxtaposición y la exhibición, en tanto parodia lo femenino sobreactuando el travestismo y conjugando “lo místico con lo pornográfico, lo escatológico con lo erótico” (Amícola, 2000, p. 68). Sarduy, desde “la apropiación gay de los elementos kitsch […] de la cultura de masas” (Amícola, 2000, p. 169); y Aira, en términos de androginia y destacando “en qué medida la sensibilidad camp contagia con su enfoque a autores que se hallan fuera del gregarismo homosexual” (Amícola, 2000, p. 85).
Es en el último capítulo –“La nueva visibilidad”- donde analiza los cambios que los años 90 habían traído en la manera de pensar lo sexual y lo político, el ejemplo más significativo es “el pasaje (y la aceptación inmediata) del término 'gay' –donde en la etimología resulta evidente la búsqueda de simpatía hacia el grupo que buscaba la integración– y el vocablo 'queer' que ahora arroja ante nosotros la década que termina” (Amícola, 2000, p. 176). De esta manera, reafirma y explicita la línea rectora de todo su ensayo: lo camp, en tanto visibilidad gay, funciona deconstructivamente e interviene en los discursos sociales, propulsando así un nuevo y ambiguo significante: lo queer. Significante que asume y resemantiza las liminalidades con las que entendemos contemporáneamente las identidades. La práctica literaria queer ya era parte del entramado literario nacional de las “manifestaciones culturales del siglo fenecido”, el modo de leerlas no fue nombrado hasta la “operación Amícola”. En definitiva, José Amícola puede ser considerado uno de los precursores de los estudios queer en nuestro país, en tanto sus operaciones de lectura inauguran modos de leer que en la crítica literaria nacional no habían sido explorados. Anclar en este texto la genealogía de una incipiente crítica literaria queer argentina intenta, más allá del gesto fundacional, explicar que su herencia nacional se remonta a las operaciones liminares, entendiendo liminar no solo en tanto epílogo sino también liminalmente, como el umbral entre lo que sucede y lo que va a suceder, como el interregno que alude al estado de apertura que postulan las lecturas de Amícola y que, en definitiva, son constitutivas de la propia categoría queer.
Este mapa que, hemos postulado, inaugura Amícola comienza a delimitar sus fronteras en el “Coloquio sobre Estudios Queer y la Literatura del Cono Sur” (La Plata, 2007) organizado por el mismo Amícola.4 De este encuentro surge una compilación para la revista Lectures du genre N° 4 (2008), cuya introducción adquiere ribetes de manifiesto.
Esta compilación propone instalar nuevos modos de leer, cartografiar las primeras manifestaciones, pero sobre todo darles carácter de saber situado. Obviamente que en ella aparecerá el ya recurrente Amícola;5 pero además irán instalándose los primeros nombres en torno a la operación crítica queer local. Destacan José Maristany y Daniel Link,6 y se suman Mariano García, Adrián Cangi y Susana Rosano. Todos ellos enfocan en autores de América del Sur. El gesto es político, dado que sin duda situar el conocimiento es pensar el cuerpo situado; y aquí implica una operación doble, en tanto se propone pensar el saber/cuerpo literario y el saber/cuerpo de lecturas que esa literatura está suscitando. Ambos se retroalimentarán y comenzarán a inscribir ese saber/cuerpo dentro de un canon literario y crítico y en los hitos que este canon produce.7
Nos interesa detenernos ahora en la producción de José Maristany, en principio en el texto expuesto en ese primer Coloquio en La Plata, ¿“Una teoría queer latinoamericana?: Postestructuralismo y políticas de la identidad en Lemebel” (2008). Luego en sus intervenciones en el libro que el mismo edita: Aquí no podemos hacerlo. Moral sexual y figuración literaria en la narrativa argentina (1960-1976) publicado en 2010, en el que se enfoca en el surgimiento de distintas identidades sexuales; y por último en el trabajo “Del pudor en el lenguaje: notas sobre lo queer en Argentina”, presentado en el II Coloquio de Estudios Queer y Literatura en 2011 y publicado en Lectures du genre N°10 (2013), el cual destacamos porque analiza los devenires de un término importado y pone en entredicho el uso del término queer.
Maristany (2008) propone pensar -y construir- una genealogía de la teoría queer latinoamericana, rastreando sus antecedentes en nuestras latitudes, en lo que hemos dado en llamar manifestaciones estéticas neobarrocas, presentes en Severo Sarduy, Lezama Lima, Perlongher o Lemebel. Su propuesta enfoca en la importancia de la localización de la producción teórica y, por ende, en la tensión que esto ha suscitado en torno al característico conflicto entre centro/periferia. Maristany plantea que en Latinoamérica deberíamos proponernos una “genealogía diferencial” (2008, p. 17) cuando nos referimos a esta operación crítica, ya que “la emergencia de la teoría 'queer' en el ámbito académico norteamericano en los '90 resulta de una retraducción política de cierto pensamiento postestructuralista francés, representado, principalmente por Jacques Derrida” (2008, p. 17) pero que esta teoría y praxis deriva de otras apropiaciones teóricas del posestructuralismo: de la propuesta rizomática de Deleuze y Guattari, más vinculados a la poética neobarrosa o neobarrocha de Néstor Perlongher y Pedro Lemebel.
Néstor Perlongher, Pedro Lemebel y la dupla Deleuze/Guattari guían las reflexiones de Maristany. La propuesta rizomática deleuzeana es el anclaje teórico queer en el que Maristany sostiene que Perlongher adelanta los planteos de Judith Butler y que estos planteos aparecen en la poética diferencial de Lemebel, en tanto discursos de la identidad y la disidencia sexual en Latinoamérica. Más aún, propone que el objetivo no se halla en traducir lo queer a versiones latinoamericanas sino en pensar las políticas propias de representación de las minorías.
Maristany propone una filiación entre la teoría queer y la perspectiva crítica de Perlongher y Lemebel. La pregunta inicial es entonces respondida afirmativamente, y no podía ser menos en tanto el ámbito en donde este texto se presenta: lleva adelante el necesario y solicitado gesto de territorialización y de fundación de una genealogía: “la genealogía diferencial”. Podríamos considerar que inicia entonces aquello que Amícola había puesto en acto, asume el reto de teorizar la genealogía queer que Amícola había inscripto. Esta operación permite llevar adelante el objetivo del Coloquio: situarlos, pero también construirles tradición y herencia territorial.
Continuemos el derrotero de las lecturas queer propuestas por Maristany con la obra que compila en 2010: Aquí no podemos hacerlo. Moral sexual y figuración literaria en la narrativa argentina (1960-1976). Los cuatro ensayos compilados en este texto trazan un mapa que rastrea el surgimiento de nuevos discursos de la moral sexual enfocando en el análisis de textos literarios argentinos desde “la conciencia teórica que han venido acumulando los estudios de género, gay-lésbicos y la más reciente teoría queer” (Maristany, 2010, p. 16). Mariano Oliveto se apropia de los aportes de Michel Foucault para poner en relación las novelas Nanina, de Germán García, y La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig, enfocando en la temática de la “voluntad de saber” y el vínculo entre saber sexual y saber intelectual. Marta Urtasun relee las primeras publicaciones de las escritoras Reina Roffé, Tununa Mercado y Cecilia Absatz desde los aportes de Judith Butler, deteniéndose en el cuerpo como lugar de representación y en una lectura sobre los feminismos. Desestabilizando los discursos que señalan una oposición entre los movimientos de revolución social y revolución sexual, Nilda Redondo vuelve sobre las novelas Los pasos previos, de Francisco Urondo, y Libro de Manuel, de Julio Cortázar. Estos tres primeros artículos se enfocan fundamentalmente en los estudios de género. Finalmente, desde una perspectiva queer más explícita, nos encontramos con el apartado de José Maristany que cierra el volumen: “Fuera de la ley, fuera del género. Escritura homoerótica y procesos de subjetivación en la Argentina de los 60-70”. En este artículo, analiza la secuencia de representaciones literarias del homoerotismo en Argentina de los años 60-70 en tanto proceso de configuración de una subjetividad homosexual. Para ello propone una serie de textos que considera “desafiaron los límites que la moral dominante establecía para representar cuestiones referidas al homoerotismo” (Maristany, 2010, p. 15): “La narración de la historia”, de Carlos Correas; Asfalto, de Renato Pellegrini; La boca de la ballena, de Héctor Lastra; Monte de Venus, de Reina Roffé, y El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. Desde una clara conceptualización butleriana se propone analizar los límites de la representación de una cultura viril.
Este texto, además de profundizar la cartografía de un mapa discursivo literario queer, amplía el canon literario argentino hasta el momento analizado desde esta perspectiva: súmanse por ejemplo Roberto Arlt, Germán García, Reina Roffe, Carlos Correas, Héctor Lastra. Con respecto a la conciencia teórica acumulada, referida en el Prólogo, gira principalmente en torno a Michel Foucault, Judith Butler, Eve Kosofski Sedgwick, Didier Eriborn, Roberto Echevarren; en el ámbito local José Amícola, Daniel Link y se suma el nombre hasta ahora ausente de las bibliografías de Gabriel Giorgi. Antes de continuar con la reflexión en torno a las operaciones de lectura queer que nos brinda Maristany y que van especificando el campo en nuestras territorialidades, quisiéramos nuevamente detenernos en el evento en el que se enmarca este tercer trabajo. El II Coloquio de Estudios Queer y Literatura (Universidad Nacional de La Plata, 2011) se propone reflexionar sobre el “uso” y las traducciones que de este término se han hecho, su legitimidad, sus posibilidades, quizá influidos por las lecturas llamadas postqueer representadas fundamentalmente en la voz de Paul B. Preciado:
El IIº Coloquio de Estudios Queer y Literatura, organizado por el Dr. José Amícola y su equipo en el marco del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CINIG-IdIHCS, FaHCE-UNLP) utiliza el término ‘queer’ para referirse a un dominio indefinido y sin las fronteras de los sexo-géneros, las sexualidades y las prácticas corporales normativas. Incluye también una filiación con aproximaciones críticas analíticas, considerando también que el término no resuena globalmente con los mismos sentidos que le son atribuidos en los contextos anglo-americanos. Por lo tanto, para los propósitos del presente coloquio ‘queering’ implicará también cuestionar, contrastar, desafiar y desestabilizar las categorías y las heteronormatividades, sin limitarse sólo a ello. El alcance de los análisis posibles incluye la desestabilización de la homonormatividad, la normatividad de clase, de religión, de etnorraza e incluso el canon como normatividad científica y/o académica. De ese modo, el objetivo del Coloquio es analizar el status quo actual y los desafíos para el futuro de los Estudios Queer y de los Estudios LGBTIQ a partir de una perspectiva amplia e inter/multidisciplinaria, con la intención de problematizar/desestabilizar (‘queering’) discursos esencializados y paradigmas totalizadores (Queering, 2011).
José Amícola es nuevamente el organizador de este evento, ahora acompañado también de otro nombre que luego comenzará a reiterarse en el campo de estudios queer: Facundo Saxe.8 Este evento es sin duda donde se produce “el estallido”, donde comienzan a resonar los ecos de todo lo que desordenada y solitariamente se estaba produciendo, visibilizando el tema y sus actores, y construyendo nuevas redes: “Abrir las aulas formales de la academia fue uno de los objetivos del II Coloquio de Estudios Queer y Literatura. La universidad, entre pitos y flores, empieza a desempolvar y a revisar su biblioteca” (Saxe, 2011). Este Coloquio vuelve a destacar la participación de José Maristany y Daniel Link, el primero ahora a cargo de la conferencia inaugural con el texto que a continuación analizaremos (espacio que compartirá con Amícola y su intervención sobre Bolaño y la razón queer);9 y el segundo a cargo de la conferencia de cierre, “Lewis Carroll, queer”. La convocatoria es amplia y se suman varios nombres, muchos de los cuales comenzarán a referenciarse en torno a temáticas queer en la producción crítica argentina y que Amícola destaca: Claudio Bidegaín, Pamela Bortoli, Alberto Canseco, Javier Gasparri, Ezequiel Lozano, Juan Francisco Marguch, María Eugenia Martí, Noelia Perrote, Camila Roccatagliata, Atilio Rubino, Facundo Saxe y Marta Urtasun. Otros nombres que participaron de este II Coloquio, pero que están ausentes en las menciones de Amícola serán: Pemela Abellón, Laura Arnes, Martín De Mauro, Patricia Rotger, Mariela Solana, Emma Song y María Magdalena Uzín. El canon literario sigue preferentemente rondando las mismas referencias en tanto autores del Cono Sur: Puig, Copi, Perlongher, Aira, Donoso, Lemebel, Bolaño, ahora también Roberto Fogwill, Silvia Molloy y Gabriela Cabezón Cámara, quien a partir de la publicación de su novela La virgen cabeza se ha vuelto un referente literario queer ineludible. Amícola continúa funcionando en estos años como el eje conductor, casi paternal, del devenir de este incipiente saber en su versión tercermundista; en tanto sopesa cada intervención y su impacto, pero también en tanto inscribe una y otra vez los nombres del nuevo canon queer argentino.
En el prólogo del N° 10 de la publicación Lectures du genre, en el que se compilan los trabajos de este encuentro, Amícola hace un balance de lo reflexionado y sostiene dos definiciones importantes, de consenso explícito, sobre este campo de saber:
“1. La constitución de una LECTURA queer de la literatura aparecería según algunos de los expositores del Coloquio en textos literarios cuando lo que se ponga en cuestión sean los límites fijos de la sexualidad, independientemente de la época y sociedad en que esos textos hayan surgido. Una LECTURA queer aparecerá más desconcertante y a contra corriente cuando los textos en cuestión no traten la cuestión sexual de una manera explícitamente detonante.
2. La LITERATURA queer significaría el modo de presentarse de textos en los que se manifestaría (de modo explícito) la fragilidad de un sistema binario estable en el terreno de la sexualidad. Por ello, partiendo de textos disruptivos sexualmente, la lectura queer de esas obras literarias permitiría poner de relieve en qué medida las sociedades exigen cada vez más una ampliación de los límites de lo pensable en el campo de la sexualidad (por ejemplo, yendo a redefinir “lo perverso”, como el sadomasoquismo) (2013, p. 1).
Hay un intento denodado de su parte por establecer, demarcar, definir. Intento que, consideramos, no condice con los propios postulados del pensamiento queer, el que justamente nace desde lo heterogéneo y lo “torcido”.
Casi paralelamente, un mes después de la realización de este evento, se lleva adelante el Coloquio Internacional Sur Queer, organizado por Gabriel Giorgi y Mariano López Seoane en el marco de la NYU Global Research Iniciatives y la NYU-Buenos Aires. Si bien fue un coloquio cerrado en tanto participación y temática, pocos son los nombres que se replican de un evento a otro; lo cual está evidenciando en principio dos circuitos paralelos de discusión o bien la disputa de un campo. Participan además de los organizadores: Silvia Molloy (NYU), Laura Arnés (UBA), Ulrich Baez (NYU Global), Leonora Djament (UBA), Álvaro Fernández Bravo (NYU BA-Conicet), Adrián Melo (UBA-Conicet), Judith Podlubne (UNR-Conicet) y Ariel Schettini (UBA-NYU BA). Algunos de ellos se tornarán con el tiempo en referentes importantes de este nuevo campo.
Luego de este paréntesis en el que intentamos reseñar la coyuntura institucional en el que se va discutiendo y configurando el campo de la crítica literaria queer argentina, nos interesa ahora que reflexionemos sobre el artículo/conferencia de José Maristany: “Del pudor en el lenguaje: notas sobre lo queer en Argentina”, el cual pensamos central por la discusión en torno al término que plantea y porque marca un proceso de territorialización en la consolidación que este saber comienza a mostrar en nuestras instituciones, publicaciones y eventos. Territorialización que tiene que ver con pensar este nuevo campo del saber desde otros debates no tan hegemónicos, aquellos que se enfocan en los modos en los cuales desde este lado del mundo se trabaja lo queer y se lo nombra.
A Maristany le interesará profundizar en un saber queer otro, y por ello propone a críticos y activistas latinoamericanos que reflexionan sobre el campo de la teoría queer en términos situados: Juan Pablo Sutherland y su Nación marica (chileno) o Norma Mongrovejo (mexicana). Si bien la reapropiación que estos autores hacen halla un primer gesto de “pudor” al sostener que el término –queer- permite decir sin explicitar; este se torna sin duda conocimiento situado y su uso se entiende en sentido solo estratégico. Interesa este artículo porque, junto al ya mencionado de Javier Gasparri en nota precedente, están interesados en rastrear e historizar el surgimiento e impacto de la perspectiva crítica queer en nuestro país. Maristany no enfoca aquí solamente en la crítica literaria sino en cómo este concepto fue ingresando furtivamente desde las posiciones feministas y la lectura y traducción que de Butler se hizo en la Argentina, para luego derivar de los estudios gay-lésbicos o “sistema sexo-género” hacia lo que comenzó a llamarse queer; todos estos devenires no fueron ni tan fluidos ni tan pacíficos, sino todo lo contrario plagados de tensiones. Son tensiones que, sin duda, están dadas a veces en la desintonía entre el discurso académico y el activista-político y que, podríamos pensar, continúan. Maristany señala a Amícola como el precursor en la crítica literaria de esta perspectiva de análisis, si bien se detiene a pensar por qué el vocablo no aparece tan fuertemente en su obra. El conflicto geopolítico que la acepción de este término implica en estas latitudes está presente en las preocupaciones de Maristany porque su interés está ligado a un saber situado que lo lleva a cartografiar otros circuitos más allá del académico, de uso y apropiación de lo queer, y a analizar la apropiación estratégica de un concepto ambiguo y extraño –foráneo- que, sin embargo, ha dado visibilidad a una amplia gama de problemáticas y manifestaciones que no hallan aún representación lingüística acordada por estos lares. El pudor en el lenguaje se evidencia como un obstáculo en la situacionalización del término queer, por cuanto impide la incorporación de las referencias lingüísticas que se utilizan en otros circuitos y que sostienen la reconceptualización constante de los estudios que giran en torno y atraviesan a este concepto.
Enfoquemos ahora en las lecturas propuestas por Daniel Link. Comencemos con “Monumentos y diagramas del deseo”, comunicación presentada en el I Coloquio Internacional sobre Estudios y Políticas de Género en 2016, del cual fue parte responsable en su organización. Continuaremos con aquella que remite al I Coloquio de Estudios Queer del 2007: “Apuntes sobre San Sebastián” (publicado en 2008); la conferencia de cierre del II Coloquio de Estudios Queer y Literatura (2011): “Lewis Carroll, queer”; y la publicación de la revista A Contracorriente titulada “Cuerpo y memoria en América Latina: El archivo de “la loca” como sujeto colonial” (2014), texto que tiene como antecedente la conferencia de cierre presentada en el II Coloquio Internacional Saberes Contemporáneos desde la diversidad sexual: Teoría, crítica, praxis, que se realizó en 2013.
En el primer texto que referimos, Link nos propone pensar la irrupción de la construcción de los géneros -“falsos universales y sistemas de constricción ajenos al arte (de vivir)” (2016, p. 1) que precisan de la repetición para que exista la generalización y se organice la experiencia- con la incorporación del deseo. La legibilidad de la vida se complica cuando se atraviesa el deseo. La intromisión de la intimidad en la esfera de lo público habilita la deconstrucción del género y, con el deseo, la posibilidad individual de reconstruirse incansablemente. Es allí donde el modo queer pone en cuestionamiento al pensamiento occidental y lo desenmascara desde sus bases, proponiendo lecturas que disputan la hegemonía del entendimiento y, en esas fisuras, una válvula que descomprime la fuerza inmutable de lo establecido.
De esta manera, el modo de leer queer a San Sebastián que trabaja Link, se construye desde el deseo: el del mismo crítico y el que este reconoce en los diferentes artistas que han performativizado al personaje. Ello nos permite esbozar, en primer término, que la refundación de los pactos de lectura que nos propone Daniel Link parte de la identificación de elementos como el deseo, (auto)reconocido en el productor/lector, para dar cauce a un análisis “de la forma en que la apropiación de los temas culturales por los gays” (2008, p. 45); al igual que años antes lo había propuesto Perlongher. Desde allí, la estrategia/técnica de inversión performativa de la injuria -siendo esta la reapropiación y resignificación nominal, que en sus acciones hizo de un insulto hacia lo diverso sexual un lugar de identificación y lucha política- se postula como el recorrido para construir diversas/otras posibilidades de interpretar y comprender los elementos que han sido dichos en la cultura occidental. En este caso, se realiza una refocalización del objeto de análisis. Ya no se trata de problematizar desde la palabra o la imagen, sino de hacerlo de manera conjunta, pues no es esta última la que se explica por sí.
Link nos propone pensar y realizar lecturas reconociéndonos sujetos deseantes. No es ya San Sebastián en su individualidad un sujeto de deseo, no es eso una característica inherente al personaje; sino que son los productores/lectores quienes lo abordan desde el deseo, y en esa posición realizan interpretaciones que se alejan de la objetividad que la Ciencia Moderna ha promulgado como estandarte de su constitución. Tal como se pregunta sobre Lewis Carroll y su Alicia, será que hay que suspender las convenciones de la época, abstraerse, volverse “una niña un poco tonta, bastante jactanciosa y, al mismo tiempo, desfachatada” (Link, 2011, p. 1), y atreverse a realizar la propia experiencia del tiempo, el espacio, la conciencia y las reglas del lenguaje para volver al punto de partida y ampliar las posibilidades discursivas sobre lo que nos atrae del mundo. Será que la práctica de leer siempre hacia adelante o hacia atrás nos haya impedido ver los márgenes, imposibilitados de realizar lecturas al revés y, aún peor, creer en las verdades como totalidades absolutas e indiscutibles.
Todas las representaciones que forman parte del estudio de Link se incorporan con los discursos que los han explicado; así, mediante la consideración de estas manifestaciones y sus lecturas como performatividades y la estrategia/técnica de la inversión como metodología de análisis, leer a San Sebastián implica un ejercicio inter(s)(t)extualizado de crítica, literatura, plástica, deseo, marginalidad y el cuerpo. En el cuerpo, elemento retomado por los estudios feministas y de la diversidad, específicamente en el cuerpo del otro, se encuentra la materialización del deseo del productor/lector. Y es allí donde se imprimen los modos y sus lecturas, “los rastros del fascismo en nuestros cuerpos, las heridas del cuerpo como marcas de un archivo, para deshacer (o desandar) una memoria” (Link, 2014, p. 265). Mediante la genealogía de lecturas sansebastianas, Daniel Link nos hace reflexionar acerca de la objetivización y fetichización de ese personaje. San Sebastián es depósito de fantasías y en su cuerpo, su archivo, se registra(ro)n los discursos por los que han pretendido apropiárselo. Es por el cuerpo y el disciplinamiento discursivo que el deseo de esos productores/lectores se desliza sin llamar la atención. No existe lectura de las recuperadas por Link ni las escritas por él que no evoque alguna característica del santo en relación al erotismo y al poder y, en ello, una reminiscencia a cierta cultura gay hegemónica, seguro que no latinoamericana, que produce homosexuales sadomasoquistas, jóvenes cuasi adolescentes y bellos.
Siete años después del primer Coloquio Queer, Daniel Link construye el derrotero de “la loca” como sujeto colonial, y en ello proclama un desplazamiento teórico que le implica preguntarse cómo el cuerpo guarda memoria; exhibiendo un recorrido posible a través de los archivos coloniales (textos fundacionales) de la América Latina que le permiten: realizar una diagrama discursivo filiatorio sobre cómo se construyó esta representación identitaria latinoamericana, y, además por su recorte cronológico de observación, fijar las bases de una epistemología loca/puto/torta regional.
La loca no es un objeto erótico construido por los discursos que la han dicho; se proyecta como representación que se completa y complejiza a través de las voces que la han referenciado, asumiendo eso que dicen -tal vez, pero no es lo importante-; pues el acto de valentía es tomar cada letra, punto y coma de esos discursos y apropiárselos, dejando claro que en ello no se dice más de ella que lo que hay de esos productores/lectores que la disciplinaron durante tanto tiempo. De aquí el aporte de Daniel Link, el de un recorrido de lectura por la diferencia que desplaza el análisis focalizado en el contenido, insistimos: en lo que se ha dicho sobre las identidades marginadas; por y en cambio, el desnudar los mecanismos que se han empleado para someter a estas en nuestra región.
Esta genealogía continúa con el nombre de Eduardo Mattio, que si bien no pertenece al ámbito puramente disciplinar de la crítica literaria consideramos importante incluirlo en tanto instala desde la filosofía una mirada interdisciplinaria que hará mella en muchos de los nombres posteriores dedicados a la crítica literaria queer. Dos hitos queremos subrayar en torno a este nombre: en primer lugar, el Seminario de Posgrado “Acontecimiento queer. Subversión sexo-genérica y radicalismo político” que se dictó en el año 2010 en la ciudad de Rosario y en el que se propuso: “reconstruir desde una perspectiva interdisciplinaria y situada los antecedentes, presupuestos y proyecciones de la Teoría Queer en el campo de los Estudios de Género y en la lucha por los Derechos Sexuales” (Mattio, 2010, p. 2). El carácter fundamentalmente teórico de este seminario fue decisivo en el desarrollo de este campo de estudio, como así también en la formación de los futuros investigadores nucleados en torno a la Universidad Nacional de Rosario. A tal punto que dos años después surge lo que referenciamos como el segundo hito. Se trata de la organización del “I Coloquio Internacional Saberes Contemporáneos desde la diversidad sexual: Teoría, crítica, praxis”. Este encuentro tiene continuidad en el 2013 y 2016, en los que Mattio participa destacadamente: en el primero en un panel con una comunicación sobre la persistencia de la homofobia y en el segundo en el panel inaugural con una intervención que versaba sobre la educación sexual.
La genealogía teórica que plantea Mattio en el seminario tiene un cariz decolonial ya que vincula el pensamiento queer a las teóricas de los feminismos por la identidad –Anzaldúa- y lo liga también a las organizaciones de base como la Comunidad Homosexual Argentina y el Frente de Liberación Homosexual. A su vez el canon teórico/crítico trabajado –ya en el 2010- enfoca desde la producción de Judith Butler y de Paul B. Preciado.
El segundo hito señala cómo el pensamiento de Eduardo Mattio a partir del 2012 comienza a erigirse en otra voz, quizá a contrapunto, a la ya instalada desde La Plata. Otra voz, en tanto desde la propia denominación de los eventos –“Saberes contemporáneos de la diversidad sexual”- se adopta un posicionamiento geopolítico frente al conocimiento: se abandona el vocablo tan discutido y a la vez políticamente correcto de lo queer para reemplazarlo por diversidad sexual, el cual más adelante mutará en disidencias sexo-genéricas. Otras voces, más allá del reconocimiento de las figuras ya instaladas en este incipiente campo de conocimiento en Argentina, comienzan a circular (Javier Gasparri, Violeta Jardón, María Eugenia Martí, Guillermo Lovagnini), otras organizaciones (Vox Asociación Civil), otras preocupaciones (decolonialidad, políticas estatales, derechos, corporalidades, activismo, interdisciplinariedad). Por último, con respecto a estos eventos es interesante observar cierta diferenciación en tanto postura teórica que se infiere entre los coloquios desarrollados en La Plata y los desarrollados en Rosario: en los primeros, podríamos considerarlos los fundacionales, el peso teórico está puesto fundamentalmente en las propuestas de Judith Butler leída desde el postestructuralismo (en su versión más despolitizada), con una impronta más marcada en el campo disciplinar de la literatura, en cambio los realizados en Rosario están atravesados teóricamente por Judith Butler pero suman el pensamiento de Paul B. Preciado y tienden a un planteo interdisciplinar para pensar el campo queer o de la diversidad sexual.
Ahora bien, de la vasta producción de Mattio nos detendremos en el texto “¿De qué hablamos cuando hablamos de género? Una introducción conceptual” (2012). En esta comunicación se nos propone un recorrido teórico/canónico de las reflexiones sobre el género. Identifica dos olas que han concentrado la discusión teórica: la fundacional reconocida propositivamente en Simone de Beauvoir, Joan Scott y Judith Butler; y la biopolítica particularizada en Paul B. Preciado.
El autor expone el desplazamiento realizado a través de la noción de género, el cual podemos asemejar con las acciones realizadas por las agrupaciones feministas y de la diversidad sexual. Un primer movimiento que recoge los discursos que constituyeron al género y que, tal como sucede con lo queer, puto, lesbiana, marica, etc., le permite al feminismo discutir todo lo establecido por el pensamiento androcéntrico y heteronormativo respecto a hombre/mujer y masculino/femenino. Concretamente se encuentra en este concepto la oportunidad de problematizar incluso con “muchas feministas (que) continuaron idealizando ciertas expresiones de género como verdaderas y originales –concretamente, las de las mujeres blancas, heterosexuales, de clase media–, dando lugar así a nuevas formas de jerarquía y exclusión dentro de las filas del feminismo” (Mattio, 2012, p. 89).
Siguiendo el planteo de Mattio, el concepto de performatividad de género de Butler termina por desestabilizar la noción más cristalizada y heteronormativa de género. La propuesta resulta la puesta en práctica de un modo de producción de subjetividades que es imposible circunscribir al campo académico teórico y que se traduce empíricamente en la inclusión/integración de las identidades periféricas que preexistían a lo discursivo y que deambulaban en la invisibilidad. Es decir, Butler evidencia la inestabilidad estructural del concepto y en ese mismo ejercicio habilita la incorporación de lo que el feminismo tradicional había despreciado por no comprenderse como “lo femenino”, según las concepciones heteronormativas.
El segundo movimiento es posible una vez que se comprende la tensión existente en el género, por la diversidad performativa y la estabilidad subjetiva. Es en esta particularidad que se realiza un repliegue del género sobre sí desde la perspectiva de las expresiones posibles, y en ello la búsqueda de modificaciones corporales a partir de la reapropiación subversiva de la biomedicina que nubla las prescripciones de lo natural y lo artificial, y destierra cualquier tipo de relación directa entre el deber ser en lo femenino y lo masculino. Ya no se trata de discutir la potestad del género, sino de reorganizar el espectro de diversidad que se han incorporado en los movimientos feministas y de la diversidad sexual que encontraron en Butler una base sólida de argumentación. El género deja de pensarse en términos de determinación en relación a lo otro y en la búsqueda de univocidad. Así, el transfeminismo ilumina sobre las posibilidades identitarias a partir de modificaciones corporales desde de las intervenciones, en especial las clandestinas.
Para cerrar este borrador genealógico esbozado aquí, nos interesa hacerlo con la lectura que nos propone Gabriel Giorgi. En principio, la desarrollada en Sueños de exterminio. Homosexualidad y representación en la literatura argentina contemporánea, una de las hipótesis más inquietante que se han producido en esta incipiente crítica literaria/cultural queer argentina: la representación de la homosexualidad funciona como una “ficción normativa” en la que se reproducen y contagian discursos de normalización y control, es decir, hay una solidaridad retórica entre la homosexualidad y la imaginación del exterminio que permite también articular a “los cuerpos de la 'homosexualidad' categorías tan heterogéneas como 'peronismo', 'proletario', 'viejo', 'fascismo', 'animal', 'judío', 'seropositivo'” (Giorgi, 2004, p. 20).
Más aún, en esta ficción normativa la representación de la homosexualidad en la literatura argentina “replica[n] retóricas, ideas, discursos en torno al exterminio, como si el cuerpo homosexual fuese una caja de resonancia de esos lenguajes […] de la limpieza social y de la ‘solución final’” (Giorgi, 2004, p. 11). Giorgi analiza el papel que desempeñó la homosexualidad en la imaginación literaria argentina y su vínculo con las sociedades de control. Se centra en cómo fue representada en los textos literarios argentinos en tanto amenaza a la identidad nacional y alegando la eliminación de los homosexuales como sueño propulsor. El corpus que recorta para probar su hipótesis es imprevisible, si bien el mismo lo expresa “conjuga fórmulas del exterminio con inscripciones (figuras, relatos, vocabularios) del deseo homosexual” (Giorgi, 2004, p. 13): “La invasión” y Plata quemada de Ricardo Piglia, Cuerpo a cuerpo e Indios, ejército y frontera de David Viñas, Diario de la guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares, Sebregondi retrocede, El pibe Barulo y Tadeys de Osvaldo Lamborghini, la obra de Néstor Perlongher y Vivir afuera de Rodolfo Fogwill. Imprevisible por leer por fuera de lo hasta el momento canonizado como representaciones queer en la literatura. Giorgi analiza la representación de la homosexualidad como cuerpo anómalo, representado como monstruo. Sueños de extermino es un mosaico fascinante de ese “bestiario” en la literatura argentina. Estos monstruos en tanto tales preservan la identidad heterosexual, su presencia vigila las fronteras de la normalidad.
Su estrategia de lectura está enmarcada principalmente desde la biopolítica, y por ello las referencias a Michel Foucault son recurrentes, como así también a Giorgio Agamben, en tanto sus planteos del “homo sacer”, y a Eve Sedgwick y la noción de closet. Nos interesa subrayar el diálogo establecido con Silvia Molloy, nombre indiscutido para las temáticas queer pero, hasta el momento, casi ausente en las referencias de la mayor parte de los trabajos analizados. Queer tampoco es una categoría a la que refiera Giorgi con frecuencia en aquel texto; cuando lo hace es en clara sintonía con las propuestas performativas de Judith Butler. Será recién en un artículo publicado en el 2013, “La lección animal: pedagogías queer”, y en la ponencia “Invitación al polvo: funerales queer y política de la supervivencia” presentada en I Coloquio Internacional sobre Estudios y Políticas de Género en 2016, en los que hará un uso comprometido y altamente reflexivo de este término. El primero de ellos, parte del análisis de la obra de Puig, El beso de la mujer araña, y retoma la noción de monstruo, pero ahora en términos de animalidad. Más aún, el texto de Puig es, según Giorgi, aquel que articula cultura y política, inscribiendo la identidad homosexual en este vínculo. La animalidad aquí –el monstruo- implica nuevas políticas de identidad: anti normativas, queer dirá también.
Queer indefectiblemente como anti normativo, pero también insistiendo en un uso del término profundamente político, ligado al cuerpo, a las sexualidades y a los dispositivos de control sobre él. Cuerpo queer, planteos queer, legalidades queer: ingresan en el orden social pero también “elaboran otros modos de hacer visibles y legibles los cuerpos” (Giorgi, 2013, p. 11), es decir, otros modos del saber. Sin duda, Giorgi nos ofrece todo un manifiesto de lo queer en tanto política y ética de los cuerpos; y creemos resuelve entonces, en esta propuesta animalidad/queer, los temores que el término suscita, tanto por su extranjeridad como por su institucionalidad y por ende apoliticidad.
Algunas notas de cierre
A partir de la última década del siglo XX, la importancia creciente del concepto género provocó un giro decisivo en el pensamiento teórico: introdujo revisiones, reformulaciones, debates y nuevas exploraciones en la mayor parte de las disciplinas humanas y sociales. Significó un giro interpretativo que, además, legitimó su ingreso a la universidad. En este contexto, aparecieron las llamadas teorías queer, encabezadas por Judith Butler y Eve Kosofsky Sedwick. Su ingreso en la academia reabrió la discusión relativa a la relación entre género y sexualidad, amplió las posibilidades para los estudios transgénero, habilitó la percepción de múltiples formas en que las variables culturales dan cuerpo a las subjetividades sexuales y sexuadas y apoyó la visibilidad de expresiones no normativas del género y la sexualidad. En nuestras latitudes estas operaciones críticas comienzan a visibilizarse recién en la primera década del siglo XXI y logran también una rápida institucionalización. Situar estas operaciones críticas, revisar sus herencias y sus alianzas académicas y políticas es central para pensar más allá de las modas teóricas, pero en sintonía con el clima de época o las estructuras del sentir vigentes. Nuestra intención fue revisar los modos de leer queer, pero entendiéndolos en términos históricos y situados, es decir atendiendo a las razones y sinrazones de la puesta en marcha de estas operaciones, a cómo se amplificaron y problematizaron y al anclaje social que detentaron y detentan.
La crítica literaria -en sus modos de leer- y la universidad -que afirma, a través de sus currículas y de los eventos que organiza, los discursos de la crítica- son herramientas sociales a través de las cuales se fijan valores, diferencias y jerarquías. Herramientas específicas que definirán conductas o usos en relación con el saber y que no solo regularán los debates sobre las relaciones entre literatura, crítica y sociedad, sino que determinarán la posibilidad y los modos de circulación de los textos. Los aparatos conceptuales, en nuestro caso los de la teoría y la crítica literaria, crean y recrean los términos de una cultura que, a pesar de las revisiones y críticas, es todavía patriarcal. Patriarcal en términos de una reproducción centrista del saber que emula una moda despojándola de su impronta disidente. El uso de lo queer en los estudios literarios argentinos es inicialmente conservador. Este gesto academicista, despojado de su impronta política, de su vínculo con la cultura de la calle, ha permitido en nuestras latitudes que el dispositivo queer sea, en sus inicios, el espacio de lo políticamente correcto. Sin dudas se oyen –y oyeron- otras voces -por ello han proliferado los diferentes encuentros en los que se han visibilizado nombres y tradiciones a veces opuestas-, aquellas que intentan otorgarle a este campo de estudio una impronta irreverente, sudaca. Dos etapas podemos historizar claramente, la que emula una tradición anglo o eurocéntrica, fundadora de este campo de estudio en nuestro país y responsable de los primeros encuentros y de la visibilización de esta temática en la agenda académica argentina; y una segunda en donde lo que prima es la problematización sobre las sexualidades disidentes –vía influencia de Preciado- que reflexiona sobre un campo de estudio ya constituido y que, por ende, se permite planteos de resistencia dentro de la academia. Esta última propone una reapropiación del campo en términos territoriales, pero también en términos políticos. Situar el saber y abandonar esa categoría en función de reapropiársela. La crítica literaria queer argentina está en constante tensión ideológica entre un polo que piensa la crítica como un lugar intelectual apartado de la realidad y otro polo que intenta crecer vinculado a la intervención social. En la tarea de descentrar y desmontar el régimen sexual dominante en Occidente, la teoría queer recurrió a procedimientos críticos e institucionalizados del saber que pactaron con los protocolos establecidos en la academia. Quizá, lo que distinga a las escrituras disidentes sea su carácter escurridizo, su no-identidad (o identidad torcida), su constante desafío a los binarismos y convenciones. El desafío propuesto a futuro quizá sea el de entender a las operaciones de lectura queer como herramientas para abrir la academia, para descolonizar el saber, operaciones que reconozcan también su herencia, su historia, su barro, su bronca y no se transformen en “un queer sin calle ni historia” (Epps, 2008, p. 912). Esta misma estrategia es la que debe emplearse entonces en la tarea de reconceptualizar los estudios de la diversidad y el género. Pues, se tratará de batallar contra la pacatería de la academia desde dos de sus estandartes, la objetividad y la impersonalidad.
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Notas
Recepción: 03 mayo 2018
Aprobación: 10 diciembre 2019
Publicación: 04 septiembre 2020
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